La trama del fair share en América Latina

El debate por el fair share (o contribución justa) se ha instalado en América Latina. De un lado, los operadores de telecomunicaciones que estiman no poder garantizar las cuantiosas inversiones futuras en infraestructura digital y proponen un cambio en el funcionamiento del mercado. Y del otro, esas generadoras de tráfico, las Big Tech, que rechazan la necesidad de un cambio y abogan por la continuidad del statu quo en el ecosistema. Esta idea de batalla muchas veces ha opacado la verdadera trama del debate: ¿es sostenible el modelo actual de financiamiento y uso de las redes de telecomunicaciones?

El principal punto a examinar con datos y evidencia es la radiografía del tráfico en la región. Entre 2016 y 2023, el tráfico total en redes móviles de América Latina se multiplicó por 17, representando una tasa de crecimiento interanual del 50%. Hacia el futuro, el crecimiento anual seguirá en aumento. Para 2030 se espera un crecimiento anual de 45 exabytes respecto del año anterior, casi el triple que el de 16 exabytes que experimentamos en 2023, y que ya era de por sí un récord histórico en crecimiento anual.

¿De dónde proviene ese tráfico? Un análisis de GSMA Intelligence revela que tres compañías, Meta, Alphabet (Google) y TikTok, generan más del 70% del total de tráfico en descarga en 2024 en América Latina. Solo el primero de ellos, Meta, concentra casi el 50% del total. El precio que pagan estas Big Tech por el uso intensivo de un recurso público para todos —como son las redes de telecomunicaciones— es cero. ¿Esto los convierte en los malos de la película? Para nada. Son agentes económicos comportándose de forma previsible de acuerdo con las reglas del mercado.

La pregunta esencial es si esas reglas funcionan o si hay una falla de mercado que impacta a los usuarios finales. Los operadores invierten para sostener, ampliar y reforzar la capacidad de las redes sobre las que se basan los servicios y soluciones digitales de todo tipo que usa el usuario final. Frente a esto, tres compañías usan casi toda la capacidad de las redes con incentivos muy reducidos para hacerlo de forma racional y eficiente.

Por ejemplo, una cuota importante del tráfico generado por estas compañías corresponde a descargas automáticas de contenido que no se consume o contenido no solicitado por el consumidor, como spam o anuncios, así como videos en auto-play. Este tráfico es beneficioso para dichas compañías, pero genera un perjuicio a todos los demás actores en la ecuación.

Los primeros perjudicados son los operadores, que ante el crecimiento del tráfico tienen que, o bien, aceptar una mayor congestión en sus redes o bien invertir más para expandir su capacidad. Asumir un mayor costo es complejo en las condiciones de mercado actuales, donde el ingreso por gigabyte ha decrecido a un ritmo anualizado de alrededor de un 15 %, pasando de unos 12 dólares por gigabyte hace casi 10 años a poco más de 3 dólares por gigabyte en la actualidad. Finalmente, el más perjudicado es el usuario final, que sufre las consecuencias de una navegación deteriorada o gasta más dinero, sea por un consumo más rápido de los datos o por recibir el traslado de los costos de sostener una mayor capacidad en las redes.

Entonces, ¿es sostenible este modelo de financiamiento y uso de las redes? En tanto el tráfico continúe creciendo, la inversión de los operadores corre el riesgo de convertirse en una inversión estéril: al aumentar en la medida en que aumenta el tráfico, evita la degradación de la capacidad de las redes, pero no necesariamente alcanza para aumentarla o expandirla. Y si no están garantizados los recursos para fortalecer la infraestructura digital, no está garantizado el futuro digital.

Estos interrogantes están hoy, en distintas etapas, en la agenda de gobiernos y reguladores de todo el mundo, desde la Unión Europea hasta la India y Corea, incluidos Brasil y Colombia en América Latina. Aquí también la sinopsis de la película ha sido en ocasiones algo desvirtuada, reduciendo el argumento a un único final en el que las Big Tech pagan una supuesta tasa de red. Sin embargo, los caminos para asegurar las inversiones que hagan posible el futuro digital son muchos y variarán de acuerdo a la realidad de cada mercado.

Fomentar un uso más eficiente de las redes a través de la introducción de señales de precio para los grandes generadores de tráfico es una de las claves. Aunque ciertos reguladores pueden considerar introducir algún tipo de tasa, lo cierto es que una solución de mercado, con acuerdos comerciales entre las Big Tech y los operadores, puede ser una alternativa más efectiva. Para que eso suceda, antes deben eliminarse barreras regulatorias e introducirse incentivos que sienten a ambas partes en la mesa de negociación.

Otro aspecto importante para mejorar las condiciones de inversión es remover las trabas a la oferta de servicios de conectividad. Más allá de los beneficios económicos, existe un desbalance en el ecosistema digital en términos de asimetrías regulatorias, impositivas y comerciales. Por ejemplo, los altos costos de espectro que aún prevalecen en gran parte de la región implican que la industria móvil destine al pago de tasas y cargos financieros recursos que podría destinar en forma directa a la ampliación de la infraestructura. Los impuestos específicos del sector y la burocracia administrativa para instalar sitios y antenas también añaden obstáculos.

Finalmente, existen barreras a la expansión de la conectividad del lado de la demanda, como los impuestos que gravan dispositivos y servicios móviles, encareciendo el acceso a ellos. La asequibilidad y la inclusión digital es otra área en la que debería explorarse una mayor participación de las Big Tech, por ejemplo, a través de aportes a los Fondos de Servicio Universal, hoy exclusivamente financiados por los operadores.

El debate del fair share no es una batalla, ni una película con buenos y malos. Es una trama más compleja, donde los gobiernos y los usuarios también son protagonistas. Presenta una oportunidad para repensar reglas y lógicas nacidas en tiempos en los que la conectividad móvil era un lujo e internet una novedad en expansión. El futuro digital no es un destino garantizado, pero un replanteo del statu quo puede acercarnos a un final feliz para todos los latinoamericanos.